Hubo una vez en que los bogotanos conocieron el mar. en tren. Sí, aunque hoy suene a mito de abuelos o a ficción de novela costumbrista, existió un tiempo en el que se podía abordar una locomotora en la helada sabana de Bogotá y, 26 horas más tarde, bajarse en la ardiente Santa Marta, con los zapatos llenos de polvo, los ojos llenos de paisaje y el corazón rebosante de país. Ese tren se llamaba El Expreso del Sol, y más que un medio de transporte, fue una promesa: la de un país conectado, moderno, eficiente.
Una cinta de acero que unía el altiplano con el Caribe, los pueblos con los puertos, los mercados con los destinos, las familias con sus vacaciones soñadas. Y como todo lo que brilla en Colombia, no tardó en oxidarse bajo el peso de la corrupción, la desidia y la burocracia de los gobernantes de turno. Hoy, ese Expreso no existe. No hay rieles, no hay pitidos, no hay estaciones vivas. Solo quedan ruinas cubiertas de maleza, estaciones fantasmas, durmientes podridos, anécdotas polvorientas y una nostalgia que suena como un eco triste en la memoria colectiva.
Pero no fue un accidente. Fue una demolición programada. Se le quitó el alma al ferrocarril a punta de contratos amañados, gerentes negligentes y gobiernos miopes. Y cuando el pito del tren sonó por última vez, no solo terminó un viaje: terminó una idea de nación. El Expreso del Sol es, en muchos sentidos, un símbolo de lo que fuimos capaces de construir, y más aún, de lo que fuimos capaces de destruir.
Este país que alguna vez se atrevió a surcar montañas y atravesar selvas con locomotoras a vapor, hoy no puede siquiera garantizar un viaje decente en bus sin que uno sienta que va en burro. Pero aquí se están rescatando del olvido estas historias de riel y ceniza, de vapor y traición, para que no digan que nadie se acuerda, que todo fue normal, que el progreso siempre fue así de torpe y a medias. Bienvenidos a estas Crónicas de Vapor, Polvo y Olvido, donde revivimos -con memoria crítica y algo de sarcasmo- ese país que dejó pasar el tren, literalmente. En el libro se presenta una encuesta, una serie de tipologías y reflexiones finales.
Hubo una vez en que los bogotanos conocieron el mar. en tren. Sí, aunque hoy suene a mito de abuelos o a ficción de novela costumbrista, existió un tiempo en el que se podía abordar una locomotora en la helada sabana de Bogotá y, 26 horas más tarde, bajarse en la ardiente Santa Marta, con los zapatos llenos de polvo, los ojos llenos de paisaje y el corazón rebosante de país. Ese tren se llamaba El Expreso del Sol, y más que un medio de transporte, fue una promesa: la de un país conectado, moderno, eficiente.
Una cinta de acero que unía el altiplano con el Caribe, los pueblos con los puertos, los mercados con los destinos, las familias con sus vacaciones soñadas. Y como todo lo que brilla en Colombia, no tardó en oxidarse bajo el peso de la corrupción, la desidia y la burocracia de los gobernantes de turno. Hoy, ese Expreso no existe. No hay rieles, no hay pitidos, no hay estaciones vivas. Solo quedan ruinas cubiertas de maleza, estaciones fantasmas, durmientes podridos, anécdotas polvorientas y una nostalgia que suena como un eco triste en la memoria colectiva.
Pero no fue un accidente. Fue una demolición programada. Se le quitó el alma al ferrocarril a punta de contratos amañados, gerentes negligentes y gobiernos miopes. Y cuando el pito del tren sonó por última vez, no solo terminó un viaje: terminó una idea de nación. El Expreso del Sol es, en muchos sentidos, un símbolo de lo que fuimos capaces de construir, y más aún, de lo que fuimos capaces de destruir.
Este país que alguna vez se atrevió a surcar montañas y atravesar selvas con locomotoras a vapor, hoy no puede siquiera garantizar un viaje decente en bus sin que uno sienta que va en burro. Pero aquí se están rescatando del olvido estas historias de riel y ceniza, de vapor y traición, para que no digan que nadie se acuerda, que todo fue normal, que el progreso siempre fue así de torpe y a medias. Bienvenidos a estas Crónicas de Vapor, Polvo y Olvido, donde revivimos -con memoria crítica y algo de sarcasmo- ese país que dejó pasar el tren, literalmente. En el libro se presenta una encuesta, una serie de tipologías y reflexiones finales.