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DAVID FRANCISCO CAMARGO HERNÁN

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Pomponio
Pomponio, figura singular y trágica de la Bogotá de los años 30 y 40, representa mucho más que la excentricidad de un hombre con un lenguaje florido y una vestimenta extravagante. Su historia encarna la caída del dandy desplazado, un hombre cuya elegancia fue despojada hasta convertirse en objeto de ridículo y exclusión, reflejando así la implacable dureza de una sociedad que no perdona el fracaso ni el desvío de sus normas rígidas.
En una ciudad que aplaude la moda europea, pero se burla de sus propias rarezas, Pomponio fue víctima de una doble condena: la de ser diferente y la de ser blanco de burlas que, como la frase infame "¿Pomponio, quiere queso?", operaban como un mecanismo sutil pero letal de violencia simbólica. Su expulsión del elitista Colegio San Bartolomé no solo señala la incapacidad del sistema educativo para acoger la diversidad, sino que también ejemplifica la marginación sistemática del distinto, el que no encaja en los moldes preestablecidos.
Sin embargo, paradójicamente, Pomponio se convirtió en el cartero prodigioso que, desde su rol aparentemente marginal, dictaba quién merecía entrar al selecto círculo de la alta sociedad y quién quedaba relegado al olvido. Su memoria prodigiosa y su conocimiento íntimo de la ciudad, invisible para muchos, lo colocaron como un verdadero GPS humano de una Bogotá desorganizada y fragmentada, donde el "loco" sabe más que los poderosos.
El relato de Pomponio no está exento de tragedia y crueldad social. Su amor, que debió ser un refugio, se tornó en arma de destrucción emocional, y la locura que le sobrevino fue tanto un castigo social como una forma dolorosa de lucidez, un espejo en el que Bogotá se reflejaba sin querer aceptar sus propias contradicciones. Su traslado al manicomio, más que un acto médico, fue la expresión final de una ciudad que prefiere "guardar" a quienes cuestionan su orden, relegándolos a la soledad institucionalizada.
Pomponio no es solo una figura pintoresca para la memoria popular. Es un símbolo crítico de una Bogotá hipócrita que se alimenta de sus víctimas para construir identidad y que solo cuando estas ya están "muertas socialmente" las reconoce como patrimonio cultural. La historia de Pomponio nos invita a cuestionar cuántos otros locos, marginados y ridiculizados han sido, en realidad, los verdaderos cronistas de esta ciudad, y qué tanto seguimos permitiendo que la burla y el desprecio sean parte de nuestra política social no escrita.
En el libro se presenta una encuesta, una serie de tipologías y reflexiones finales.
En una ciudad que aplaude la moda europea, pero se burla de sus propias rarezas, Pomponio fue víctima de una doble condena: la de ser diferente y la de ser blanco de burlas que, como la frase infame "¿Pomponio, quiere queso?", operaban como un mecanismo sutil pero letal de violencia simbólica. Su expulsión del elitista Colegio San Bartolomé no solo señala la incapacidad del sistema educativo para acoger la diversidad, sino que también ejemplifica la marginación sistemática del distinto, el que no encaja en los moldes preestablecidos.
Sin embargo, paradójicamente, Pomponio se convirtió en el cartero prodigioso que, desde su rol aparentemente marginal, dictaba quién merecía entrar al selecto círculo de la alta sociedad y quién quedaba relegado al olvido. Su memoria prodigiosa y su conocimiento íntimo de la ciudad, invisible para muchos, lo colocaron como un verdadero GPS humano de una Bogotá desorganizada y fragmentada, donde el "loco" sabe más que los poderosos.
El relato de Pomponio no está exento de tragedia y crueldad social. Su amor, que debió ser un refugio, se tornó en arma de destrucción emocional, y la locura que le sobrevino fue tanto un castigo social como una forma dolorosa de lucidez, un espejo en el que Bogotá se reflejaba sin querer aceptar sus propias contradicciones. Su traslado al manicomio, más que un acto médico, fue la expresión final de una ciudad que prefiere "guardar" a quienes cuestionan su orden, relegándolos a la soledad institucionalizada.
Pomponio no es solo una figura pintoresca para la memoria popular. Es un símbolo crítico de una Bogotá hipócrita que se alimenta de sus víctimas para construir identidad y que solo cuando estas ya están "muertas socialmente" las reconoce como patrimonio cultural. La historia de Pomponio nos invita a cuestionar cuántos otros locos, marginados y ridiculizados han sido, en realidad, los verdaderos cronistas de esta ciudad, y qué tanto seguimos permitiendo que la burla y el desprecio sean parte de nuestra política social no escrita.
En el libro se presenta una encuesta, una serie de tipologías y reflexiones finales.
Pomponio, figura singular y trágica de la Bogotá de los años 30 y 40, representa mucho más que la excentricidad de un hombre con un lenguaje florido y una vestimenta extravagante. Su historia encarna la caída del dandy desplazado, un hombre cuya elegancia fue despojada hasta convertirse en objeto de ridículo y exclusión, reflejando así la implacable dureza de una sociedad que no perdona el fracaso ni el desvío de sus normas rígidas.
En una ciudad que aplaude la moda europea, pero se burla de sus propias rarezas, Pomponio fue víctima de una doble condena: la de ser diferente y la de ser blanco de burlas que, como la frase infame "¿Pomponio, quiere queso?", operaban como un mecanismo sutil pero letal de violencia simbólica. Su expulsión del elitista Colegio San Bartolomé no solo señala la incapacidad del sistema educativo para acoger la diversidad, sino que también ejemplifica la marginación sistemática del distinto, el que no encaja en los moldes preestablecidos.
Sin embargo, paradójicamente, Pomponio se convirtió en el cartero prodigioso que, desde su rol aparentemente marginal, dictaba quién merecía entrar al selecto círculo de la alta sociedad y quién quedaba relegado al olvido. Su memoria prodigiosa y su conocimiento íntimo de la ciudad, invisible para muchos, lo colocaron como un verdadero GPS humano de una Bogotá desorganizada y fragmentada, donde el "loco" sabe más que los poderosos.
El relato de Pomponio no está exento de tragedia y crueldad social. Su amor, que debió ser un refugio, se tornó en arma de destrucción emocional, y la locura que le sobrevino fue tanto un castigo social como una forma dolorosa de lucidez, un espejo en el que Bogotá se reflejaba sin querer aceptar sus propias contradicciones. Su traslado al manicomio, más que un acto médico, fue la expresión final de una ciudad que prefiere "guardar" a quienes cuestionan su orden, relegándolos a la soledad institucionalizada.
Pomponio no es solo una figura pintoresca para la memoria popular. Es un símbolo crítico de una Bogotá hipócrita que se alimenta de sus víctimas para construir identidad y que solo cuando estas ya están "muertas socialmente" las reconoce como patrimonio cultural. La historia de Pomponio nos invita a cuestionar cuántos otros locos, marginados y ridiculizados han sido, en realidad, los verdaderos cronistas de esta ciudad, y qué tanto seguimos permitiendo que la burla y el desprecio sean parte de nuestra política social no escrita.
En el libro se presenta una encuesta, una serie de tipologías y reflexiones finales.
En una ciudad que aplaude la moda europea, pero se burla de sus propias rarezas, Pomponio fue víctima de una doble condena: la de ser diferente y la de ser blanco de burlas que, como la frase infame "¿Pomponio, quiere queso?", operaban como un mecanismo sutil pero letal de violencia simbólica. Su expulsión del elitista Colegio San Bartolomé no solo señala la incapacidad del sistema educativo para acoger la diversidad, sino que también ejemplifica la marginación sistemática del distinto, el que no encaja en los moldes preestablecidos.
Sin embargo, paradójicamente, Pomponio se convirtió en el cartero prodigioso que, desde su rol aparentemente marginal, dictaba quién merecía entrar al selecto círculo de la alta sociedad y quién quedaba relegado al olvido. Su memoria prodigiosa y su conocimiento íntimo de la ciudad, invisible para muchos, lo colocaron como un verdadero GPS humano de una Bogotá desorganizada y fragmentada, donde el "loco" sabe más que los poderosos.
El relato de Pomponio no está exento de tragedia y crueldad social. Su amor, que debió ser un refugio, se tornó en arma de destrucción emocional, y la locura que le sobrevino fue tanto un castigo social como una forma dolorosa de lucidez, un espejo en el que Bogotá se reflejaba sin querer aceptar sus propias contradicciones. Su traslado al manicomio, más que un acto médico, fue la expresión final de una ciudad que prefiere "guardar" a quienes cuestionan su orden, relegándolos a la soledad institucionalizada.
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