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DAVID FRANCISCO CAMARGO HERNÁN

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Rejas invisibles porque afuera tambien las hay
Cuando se habla de encierro, lo primero que viene a la mente son las paredes de concreto, los barrotes de metal y la vigilancia permanente. La prisión, en su forma física, representa la manifestación más evidente del castigo y la privación de libertad. Sin embargo, muchas de las personas que logran salir de estos espacios no recuperan del todo su libertad. El encierro, en sus formas más sutiles y persistentes, continúa manifestándose fuera de los muros penitenciarios, adoptando formas menos visibles, pero igualmente opresivas.
A estas barreras se les conoce como rejas invisibles: estructuras sociales, mentales y culturales que limitan la plena reintegración de quienes han estado privados de libertad. Estas rejas no se ven, pero se sienten. Se experimentan cuando una persona con antecedentes penales intenta conseguir empleo y es rechazada por su pasado, cuando busca una vivienda y se enfrenta a la desconfianza de propietarios, o cuando, aun cumpliendo con las condiciones legales de su libertad, sigue siendo mirada con sospecha, desconfianza o temor.
Son rejas hechas de estigma, prejuicio, exclusión social, pobreza estructural, abandono estatal y silencio colectivo. Son mecanismos simbólicos que sostienen una condena que, en muchos casos, se extiende de por vida. Las "rejas invisibles" también se construyen desde el lenguaje, la burocracia, las políticas públicas insuficientes y la falta de acompañamiento real. Se evidencian en sistemas de salud mental colapsados, en programas de reinserción inexistentes o ineficaces, en la ausencia de empatía institucional y en la indiferencia social.
Este tipo de encierro simbólico perpetúa ciclos de marginalización y, en muchos casos, contribuye a la reincidencia delictiva, no por voluntad de la persona, sino por la falta de alternativas viables para reconstruir su proyecto de vida. Pero estas rejas no solo afectan a los individuos que pasaron por la cárcel. También condicionan la forma en que una sociedad se entiende a sí misma. Una comunidad que no es capaz de ofrecer segundas oportunidades, que se cierra al perdón, a la reparación y a la inclusión, es una sociedad que se enclaustra en su propio miedo y en su visión punitiva del mundo.
Por eso, hablar de rejas invisibles es también hablar de justicia, dignidad, derechos humanos y transformación social. Este trabajo busca visibilizar esas barreras que persisten más allá del encierro físico. Analiza cómo operan, a quiénes afectan, qué las sostiene y, sobre todo, cómo pueden ser desmanteladas. Porque la verdadera libertad no se define únicamente por la ausencia de barrotes, sino por la posibilidad de vivir con dignidad, sin ser prisionero del pasado, ni de los prejuicios que lo perpetúan.
A estas barreras se les conoce como rejas invisibles: estructuras sociales, mentales y culturales que limitan la plena reintegración de quienes han estado privados de libertad. Estas rejas no se ven, pero se sienten. Se experimentan cuando una persona con antecedentes penales intenta conseguir empleo y es rechazada por su pasado, cuando busca una vivienda y se enfrenta a la desconfianza de propietarios, o cuando, aun cumpliendo con las condiciones legales de su libertad, sigue siendo mirada con sospecha, desconfianza o temor.
Son rejas hechas de estigma, prejuicio, exclusión social, pobreza estructural, abandono estatal y silencio colectivo. Son mecanismos simbólicos que sostienen una condena que, en muchos casos, se extiende de por vida. Las "rejas invisibles" también se construyen desde el lenguaje, la burocracia, las políticas públicas insuficientes y la falta de acompañamiento real. Se evidencian en sistemas de salud mental colapsados, en programas de reinserción inexistentes o ineficaces, en la ausencia de empatía institucional y en la indiferencia social.
Este tipo de encierro simbólico perpetúa ciclos de marginalización y, en muchos casos, contribuye a la reincidencia delictiva, no por voluntad de la persona, sino por la falta de alternativas viables para reconstruir su proyecto de vida. Pero estas rejas no solo afectan a los individuos que pasaron por la cárcel. También condicionan la forma en que una sociedad se entiende a sí misma. Una comunidad que no es capaz de ofrecer segundas oportunidades, que se cierra al perdón, a la reparación y a la inclusión, es una sociedad que se enclaustra en su propio miedo y en su visión punitiva del mundo.
Por eso, hablar de rejas invisibles es también hablar de justicia, dignidad, derechos humanos y transformación social. Este trabajo busca visibilizar esas barreras que persisten más allá del encierro físico. Analiza cómo operan, a quiénes afectan, qué las sostiene y, sobre todo, cómo pueden ser desmanteladas. Porque la verdadera libertad no se define únicamente por la ausencia de barrotes, sino por la posibilidad de vivir con dignidad, sin ser prisionero del pasado, ni de los prejuicios que lo perpetúan.
Cuando se habla de encierro, lo primero que viene a la mente son las paredes de concreto, los barrotes de metal y la vigilancia permanente. La prisión, en su forma física, representa la manifestación más evidente del castigo y la privación de libertad. Sin embargo, muchas de las personas que logran salir de estos espacios no recuperan del todo su libertad. El encierro, en sus formas más sutiles y persistentes, continúa manifestándose fuera de los muros penitenciarios, adoptando formas menos visibles, pero igualmente opresivas.
A estas barreras se les conoce como rejas invisibles: estructuras sociales, mentales y culturales que limitan la plena reintegración de quienes han estado privados de libertad. Estas rejas no se ven, pero se sienten. Se experimentan cuando una persona con antecedentes penales intenta conseguir empleo y es rechazada por su pasado, cuando busca una vivienda y se enfrenta a la desconfianza de propietarios, o cuando, aun cumpliendo con las condiciones legales de su libertad, sigue siendo mirada con sospecha, desconfianza o temor.
Son rejas hechas de estigma, prejuicio, exclusión social, pobreza estructural, abandono estatal y silencio colectivo. Son mecanismos simbólicos que sostienen una condena que, en muchos casos, se extiende de por vida. Las "rejas invisibles" también se construyen desde el lenguaje, la burocracia, las políticas públicas insuficientes y la falta de acompañamiento real. Se evidencian en sistemas de salud mental colapsados, en programas de reinserción inexistentes o ineficaces, en la ausencia de empatía institucional y en la indiferencia social.
Este tipo de encierro simbólico perpetúa ciclos de marginalización y, en muchos casos, contribuye a la reincidencia delictiva, no por voluntad de la persona, sino por la falta de alternativas viables para reconstruir su proyecto de vida. Pero estas rejas no solo afectan a los individuos que pasaron por la cárcel. También condicionan la forma en que una sociedad se entiende a sí misma. Una comunidad que no es capaz de ofrecer segundas oportunidades, que se cierra al perdón, a la reparación y a la inclusión, es una sociedad que se enclaustra en su propio miedo y en su visión punitiva del mundo.
Por eso, hablar de rejas invisibles es también hablar de justicia, dignidad, derechos humanos y transformación social. Este trabajo busca visibilizar esas barreras que persisten más allá del encierro físico. Analiza cómo operan, a quiénes afectan, qué las sostiene y, sobre todo, cómo pueden ser desmanteladas. Porque la verdadera libertad no se define únicamente por la ausencia de barrotes, sino por la posibilidad de vivir con dignidad, sin ser prisionero del pasado, ni de los prejuicios que lo perpetúan.
A estas barreras se les conoce como rejas invisibles: estructuras sociales, mentales y culturales que limitan la plena reintegración de quienes han estado privados de libertad. Estas rejas no se ven, pero se sienten. Se experimentan cuando una persona con antecedentes penales intenta conseguir empleo y es rechazada por su pasado, cuando busca una vivienda y se enfrenta a la desconfianza de propietarios, o cuando, aun cumpliendo con las condiciones legales de su libertad, sigue siendo mirada con sospecha, desconfianza o temor.
Son rejas hechas de estigma, prejuicio, exclusión social, pobreza estructural, abandono estatal y silencio colectivo. Son mecanismos simbólicos que sostienen una condena que, en muchos casos, se extiende de por vida. Las "rejas invisibles" también se construyen desde el lenguaje, la burocracia, las políticas públicas insuficientes y la falta de acompañamiento real. Se evidencian en sistemas de salud mental colapsados, en programas de reinserción inexistentes o ineficaces, en la ausencia de empatía institucional y en la indiferencia social.
Este tipo de encierro simbólico perpetúa ciclos de marginalización y, en muchos casos, contribuye a la reincidencia delictiva, no por voluntad de la persona, sino por la falta de alternativas viables para reconstruir su proyecto de vida. Pero estas rejas no solo afectan a los individuos que pasaron por la cárcel. También condicionan la forma en que una sociedad se entiende a sí misma. Una comunidad que no es capaz de ofrecer segundas oportunidades, que se cierra al perdón, a la reparación y a la inclusión, es una sociedad que se enclaustra en su propio miedo y en su visión punitiva del mundo.
Por eso, hablar de rejas invisibles es también hablar de justicia, dignidad, derechos humanos y transformación social. Este trabajo busca visibilizar esas barreras que persisten más allá del encierro físico. Analiza cómo operan, a quiénes afectan, qué las sostiene y, sobre todo, cómo pueden ser desmanteladas. Porque la verdadera libertad no se define únicamente por la ausencia de barrotes, sino por la posibilidad de vivir con dignidad, sin ser prisionero del pasado, ni de los prejuicios que lo perpetúan.
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