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Ana le cuenta a su hijo una vida de pequenas miserias con las que se han tejido las relaciones personales y familiares. Sus palabras se convierten en duro legado para una nueva generación que quiere levantarse sobre la inocencia. En La buena letra, el autor renuncia a narrar los grandes acontecimientos históricos para prestar atención a lo íntimo y cotidiano, a los gestos y silencios que marcan a unos personajes heridos por la traición y la deslealtad, los deseos frustrados y la desesperanza.
Con este material, en el que tiene más peso lo que se intuye que lo que explícitamente se narra, La buena letra se convierte en deudora de la concepción balzaquiana según la cual la novela es la historia privada de las naciones y consigue descubrir los mecanismos que funcionan como silencioso motor de la historia, en cuyo devenir toda generación se alza sobre las cenizas de otra y cada vez que el poder cambia de manos lo hace bajo el signo de la traición y de un sufrimiento que, siendo inútil, es también una forma descarnada de lucidez, de sabiduría.
Chirbes maneja una voz que es emocionado espejo de la vida y, al mismo tiempo, construcción de un nuevo código desde el que leer el ayer convirtiéndolo en desolación de hoy.