En los tiempos del ilustre don Manuel Antonio Carreño, la cortesía consistía en saber cuándo descubrirse el sombrero o cómo saludar con leve inclinación sin que el bigote se desordenara. Hoy, en cambio, el sombrero ha sido reemplazado por el WiFi, el saludo por el emoji, y la inclinación por el "visto" sin respuesta. La etiqueta, como el antivirus, necesita constante actualización. Por ello nace este Manual de Urbanidad Postcarreño, un compendio de buenas maneras para sobrevivir a la jungla digital sin perder el alma (ni la señal).
El mundo moderno nos ha hecho seres ubicuos: comemos viendo una serie, conversamos mientras respondemos correos, y dormimos con el celular bajo la almohada, como si fuera un rosario electrónico. La urbanidad de antaño pedía no hablar con la boca llena; la de hoy ruega no enviar audios masticando. Si antes se juzgaba por los modales en la mesa, ahora se mide por la calidad del perfil y la prudencia con los stickers.
Ya no se escribe con pluma, sino con pulgar. El teclado es la nueva plazuela donde se ejerce la cortesía o el desatino. Un punto mal puesto puede parecer frialdad, un emoji mal enviado puede ser una declaración de guerra o de amor involuntario. Por eso, el nuevo caballero urbano debe conocer no solo el uso correcto de la coma, sino también el de la carita sonriente; y la dama digital, además de la elegancia al vestir, debe dominar el arte de no escribir en mayúsculas, pues en la red eso equivale a gritar con modales de ogro.
El salón de visitas murió; su espíritu reencarnó en el grupo de WhatsApp, donde la cortesía se mide en stickers de "buenos días" y santos animados. La sobremesa familiar ocurre ahora en videollamada, donde cada quien interrumpe con el micrófono abierto y el fondo del lavadero a la vista. La cortesía del siglo XXI exige paciencia, filtros de silencio y, sobre todo, el sagrado don del mute. Pero no todo está perdido.
Así como el buen gusto sobrevivió al betamax, también puede sobrevivir a TikTok. La urbanidad digital no busca censurar el gozo, sino refinarlo: enseñar que el "me gusta" no se da por compromiso, que no todo debe compartirse, y que el silencio -ese tesoro casi extinto- a veces comunica más que mil GIFs animados. Ser civilizado en línea no es desconectarse, sino conectarse con criterio. En estas páginas se hallarán consejos para no parecer salvaje en Zoom, para mantener la dignidad ante las dos tildes azules, para amar sin necesidad de WiFi y para despedirse con elegancia sin acudir al bloqueo vengativo.
Aprenderá el lector que la verdadera etiqueta digital no se mide en seguidores, sino en el arte de usar bien el tiempo, la palabra y la batería. Amable internauta, deslice con mesura, lea con humor y practique con prudencia. Este manual no pretende moralizarle -ya hay suficientes algoritmos haciéndolo-, sino recordarle que incluso en el siglo XXI, entre memes, filtros y notificaciones, aún queda espacio para la decencia.
Porque ser persona educada, en la era digital, consiste sobre todo en no olvidar que detrás de cada pantalla late otro corazón. y probablemente, otro pulgar arriba mal interpretado. En el libro se presenta una encuesta, unas serie de tipologías y reflexiones finales.
En los tiempos del ilustre don Manuel Antonio Carreño, la cortesía consistía en saber cuándo descubrirse el sombrero o cómo saludar con leve inclinación sin que el bigote se desordenara. Hoy, en cambio, el sombrero ha sido reemplazado por el WiFi, el saludo por el emoji, y la inclinación por el "visto" sin respuesta. La etiqueta, como el antivirus, necesita constante actualización. Por ello nace este Manual de Urbanidad Postcarreño, un compendio de buenas maneras para sobrevivir a la jungla digital sin perder el alma (ni la señal).
El mundo moderno nos ha hecho seres ubicuos: comemos viendo una serie, conversamos mientras respondemos correos, y dormimos con el celular bajo la almohada, como si fuera un rosario electrónico. La urbanidad de antaño pedía no hablar con la boca llena; la de hoy ruega no enviar audios masticando. Si antes se juzgaba por los modales en la mesa, ahora se mide por la calidad del perfil y la prudencia con los stickers.
Ya no se escribe con pluma, sino con pulgar. El teclado es la nueva plazuela donde se ejerce la cortesía o el desatino. Un punto mal puesto puede parecer frialdad, un emoji mal enviado puede ser una declaración de guerra o de amor involuntario. Por eso, el nuevo caballero urbano debe conocer no solo el uso correcto de la coma, sino también el de la carita sonriente; y la dama digital, además de la elegancia al vestir, debe dominar el arte de no escribir en mayúsculas, pues en la red eso equivale a gritar con modales de ogro.
El salón de visitas murió; su espíritu reencarnó en el grupo de WhatsApp, donde la cortesía se mide en stickers de "buenos días" y santos animados. La sobremesa familiar ocurre ahora en videollamada, donde cada quien interrumpe con el micrófono abierto y el fondo del lavadero a la vista. La cortesía del siglo XXI exige paciencia, filtros de silencio y, sobre todo, el sagrado don del mute. Pero no todo está perdido.
Así como el buen gusto sobrevivió al betamax, también puede sobrevivir a TikTok. La urbanidad digital no busca censurar el gozo, sino refinarlo: enseñar que el "me gusta" no se da por compromiso, que no todo debe compartirse, y que el silencio -ese tesoro casi extinto- a veces comunica más que mil GIFs animados. Ser civilizado en línea no es desconectarse, sino conectarse con criterio. En estas páginas se hallarán consejos para no parecer salvaje en Zoom, para mantener la dignidad ante las dos tildes azules, para amar sin necesidad de WiFi y para despedirse con elegancia sin acudir al bloqueo vengativo.
Aprenderá el lector que la verdadera etiqueta digital no se mide en seguidores, sino en el arte de usar bien el tiempo, la palabra y la batería. Amable internauta, deslice con mesura, lea con humor y practique con prudencia. Este manual no pretende moralizarle -ya hay suficientes algoritmos haciéndolo-, sino recordarle que incluso en el siglo XXI, entre memes, filtros y notificaciones, aún queda espacio para la decencia.
Porque ser persona educada, en la era digital, consiste sobre todo en no olvidar que detrás de cada pantalla late otro corazón. y probablemente, otro pulgar arriba mal interpretado. En el libro se presenta una encuesta, unas serie de tipologías y reflexiones finales.