Con el ascenso de Constantino al frente del Imperio Romano, la religión se convirtió en un elemento crucial, junto con las guerras civiles y las invasiones bárbaras, que moldearon toda la historia del siglo IV. Esta se caracterizó por una continua transformación de la sociedad, mucho más preocupada por los aspectos culturales, filosóficos y teológicos que por la tradición militar. Los itálicos no fueron la excepción, y generaciones posteriores se adaptaron a estas nuevas costumbres, una clara señal de un declive inevitable y casi indefinidamente postergado.
Las bases del colapso residieron en el surgimiento de nuevos pueblos, representados por enemigos eternos del pasado, como los sasánidas, y por adversarios que, erróneamente, incluso serían considerados aliados, como los visigodos.
Con el ascenso de Constantino al frente del Imperio Romano, la religión se convirtió en un elemento crucial, junto con las guerras civiles y las invasiones bárbaras, que moldearon toda la historia del siglo IV. Esta se caracterizó por una continua transformación de la sociedad, mucho más preocupada por los aspectos culturales, filosóficos y teológicos que por la tradición militar. Los itálicos no fueron la excepción, y generaciones posteriores se adaptaron a estas nuevas costumbres, una clara señal de un declive inevitable y casi indefinidamente postergado.
Las bases del colapso residieron en el surgimiento de nuevos pueblos, representados por enemigos eternos del pasado, como los sasánidas, y por adversarios que, erróneamente, incluso serían considerados aliados, como los visigodos.