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Tiene vuestra majestad de Dios tantos y tan grandes reinos, que sólo de su boca y acciones y de los que le imitaron puede tomar modo de gobernar con acierto y providencia. Muchos han escrito advertimientos de estado conformes a los ejemplares de príncipes que hizo gloriosos la virtud, o a los preceptos dignamente reverenciados de Platón y Aristóteles, oráculos de la naturaleza. Otros, atendiendo al negocio no a la doctrina, o por lograr alguna ociosidad o descansar alguna malicia, escribieron con menos verdad que cautela, lisonjeando príncipes que hicieron lo que dan a imitar, y desacreditando los que se apartaron de sus preceptos.
Hasta aquí ha sabido esconderse la adulación y disimularse el odio. Yo, advertido en estos inconvenientes, os hago, Senor, estos abreviados apuntamientos, sin apartarme de las acciones y palabras de Cristo, procurando ajustarme cuanto es lícito a mi ignorancia con el texto de los Evangelistas, cuya verdad es inefable, el volumen descansado, y Cristo nuestro Senor el ejemplar. Yo conozco cuánto precio tiene el tiempo en los grandes monarcas, y sé cuán conforme a su valor le gasta vuestra majestad en la tarea de sus obligaciones, sin perdonar, por la comodidad de sus vasallos, descomodidad ni riesgo.
Por eso no amontono descaminados ensenamientos, y mi brevedad es cortesía reconocida ; pues nunca el discurso de los escritores se podrá proporcionar con el talento superior de los príncipes, a quien sólo Dios puede ensenar y los que son varones suyos ; y en lo demás, quien no hubiere sido rey siempre será temerario, si ignorando los trabajos de la majestad la calumniare.