Littérature d'Espagne du Siècle d'or à aujourd'hui
Gerona. .

Par : Benito Perez Galdos

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  • Nombre de pages128
  • PrésentationBroché
  • Poids0.212 kg
  • Dimensions17,0 cm × 22,0 cm × 0,7 cm
  • ISBN979-10-418-0927-1
  • EAN9791041809271
  • Date de parution27/05/2023
  • ÉditeurCulturea

Résumé

En el invierno de 1809 a 1810 las cosas de Espana no podían andar peor. Lo de menos era que nos derrotaran en Ocana a los cuatro meses de la casi indecisa victoria de Talavera : aún había algo más desastroso y lamentable, y era la tormenta de malas pasiones que bramaba en torno a la Junta central. Sucedía en Sevilla una cosa que no sorprenderá a mis lectores, si, como creo, son espanoles, y es que allí todos querían mandar.
Esto es achaque antiguo, y no sé qué tiene para la gente de este siglo el tal mando, que trastorna las cabezas más sólidas, da prestigio a los tontos, arrogancia a los débiles, al modesto audacia y al honrado desvergüenza. Pero sea lo que quiera, ello es que entonces andaban a la grena, sin atender al formidable enemigo que por todas partes nos cercaba. Y aquel era enemigo, lo demás es flor de cantueso.
Me río yo de insurrecciones absolutistas y republicanas, en tiempos en que el poder central cuenta con grandes elementos para sofocarlas. Aquello no se parecía a ninguna de estas ninerías de ahora, pues con las tropas que Napoleón envió a Espana a fines del ano constaba de trescientos mil hombres el ejército invasor. Los nuestros, dispersos y desanimados, no tenían un general experto que los mandase ; faltaban recursos de todas clases, especialmente de dinero, y en esta situación el poder central era un hervidero de intriguillas.
Las ambiciones injustificadas, las miserias, la vanidad ridícula, la pequenez inflándose para parecer grande como la rana que quiso imitar al buey, la intolerancia, el fanatismo, la doblez, el orgullo rodeaban a aquella pobre Junta, que ya en sus postrimerías no sabía a qué santo encomendarse. Bullían en torno a ella políticos de pacotilla de la primera hornada que en Espana tuvimos, generales pigmeos que no supieron ganar batalla alguna ; y aunque había también varones de mérito así en la milicia como en lo civil, estos o no tenían arrojo para sobreponerse a los tontos, o carecían de aquellas prendas de carácter sin las cuales, en lo de gobernar, de poco valen la virtud y el talento.
En el invierno de 1809 a 1810 las cosas de Espana no podían andar peor. Lo de menos era que nos derrotaran en Ocana a los cuatro meses de la casi indecisa victoria de Talavera : aún había algo más desastroso y lamentable, y era la tormenta de malas pasiones que bramaba en torno a la Junta central. Sucedía en Sevilla una cosa que no sorprenderá a mis lectores, si, como creo, son espanoles, y es que allí todos querían mandar.
Esto es achaque antiguo, y no sé qué tiene para la gente de este siglo el tal mando, que trastorna las cabezas más sólidas, da prestigio a los tontos, arrogancia a los débiles, al modesto audacia y al honrado desvergüenza. Pero sea lo que quiera, ello es que entonces andaban a la grena, sin atender al formidable enemigo que por todas partes nos cercaba. Y aquel era enemigo, lo demás es flor de cantueso.
Me río yo de insurrecciones absolutistas y republicanas, en tiempos en que el poder central cuenta con grandes elementos para sofocarlas. Aquello no se parecía a ninguna de estas ninerías de ahora, pues con las tropas que Napoleón envió a Espana a fines del ano constaba de trescientos mil hombres el ejército invasor. Los nuestros, dispersos y desanimados, no tenían un general experto que los mandase ; faltaban recursos de todas clases, especialmente de dinero, y en esta situación el poder central era un hervidero de intriguillas.
Las ambiciones injustificadas, las miserias, la vanidad ridícula, la pequenez inflándose para parecer grande como la rana que quiso imitar al buey, la intolerancia, el fanatismo, la doblez, el orgullo rodeaban a aquella pobre Junta, que ya en sus postrimerías no sabía a qué santo encomendarse. Bullían en torno a ella políticos de pacotilla de la primera hornada que en Espana tuvimos, generales pigmeos que no supieron ganar batalla alguna ; y aunque había también varones de mérito así en la milicia como en lo civil, estos o no tenían arrojo para sobreponerse a los tontos, o carecían de aquellas prendas de carácter sin las cuales, en lo de gobernar, de poco valen la virtud y el talento.
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