Ferazma es una obra monumental de la literatura contemporánea en hebreo. Galardonado con varios premios y a menudo considerado el mejor escritor sefardí de su generación, Benarroch construye en esta novela un laberinto narrativo que desafía las convenciones del género. La obra se sitúa en la tradición de la narrativa israelí, con ecos de la profundidad psicológica de A. B. Yehoshúa, la exploración social de Amos Oz y el absurdo cotidiano de Etgar Keret, pero con una voz única, transgresora y profundamente metaficcional.
Ferazma comienza en una librería. Un cliente anónimo hojea libros, decepcionado con la literatura traducida e israelí, hasta que da con un volumen de un autor llamado Moshe Ben Harosh. Al leer las primeras páginas, descubre que el texto narra sus propios movimientos en la tienda. Este juego de espejos, donde el lector dentro del libro es también su personaje, establece inmediatamente el tono autorreferencial que dominará toda la obra. El cliente se divide entonces en dos personajes: Yehoshúa, un intelectual depresivo, y Melissa, una estudiante de literatura que emigró de Inglaterra.
El autor elige seguir a Melissa, iniciando una serie de eventos surrealistas. Al confrontarla, es invitado a su apartamento, donde una conversación trivial sobre un libro deriva en una relación sexual descrita con un tiempo distorsionado (los besos duran "un año y medio", beben whisky durante "cuatrocientos años"). Esta escena establece el tratamiento no lineal y onírico del tiempo, un recurso constante en la novela. La aparición del "Hombre Pequeño que Come Pipas" (HPP) marca un punto de inflexión en la metaficción.
Este personaje, una voz intrusiva y crítica, interrumpe la narración para revelar que "todo lo escrito hasta ahora es mentira". El HPP se revela como una conciencia externa que cuestiona la capacidad creativa del autor, lo acusa de enredar la historia y advierte al lector que deje de leer para "salvarse de una muerte segura". Este personaje se convierte en el antagonista del propio autor dentro de la trama, chantajeándolo para incluir ocho palabras suyas en cada página, y evoluciona hasta convertirse en el "Hombre Pequeño que Escribe Palabras", usurpando literalmente la autoría. La novela es una sátira feroz del mundillo literario, la figura del escritor y las pretensiones artísticas.
A través de diálogos incisivos y situaciones absurdas, Benarroch se burla del surrealismo vacío, la psiquiatrización de la literatura y la búsqueda obsesiva de la originalidad. Un diálogo memorable con María se convierte en un monólogo donde ella acusa al narrador de ser un "romántico perdido" que "ni siquiera es capaz de controlar a sus personajes" y que "vive como un rey a costa de la gente trabajadora". El humor surge del contraste entre lo trivial y lo profundo, y de la exageración absurda.
Escenas como la de un restaurante en Barcelona donde los comensales devoran "una vaca cada uno" y beben "ocho botellas de whisky", o la de un hijo, Idilino, que envejece décadas en cuestión de años, son a la vez cómicas y perturbadoras. Los diálogos son la columna vertebral de la obra: rápidos, filosóficos y cargados de ironía, exploran temas como el tiempo, la voluntad, la existencia y la imposibilidad de la comunicación humana.
Es la obra de un escritor nacido en Marruecos que lleva consigo el eco de varias lenguas y culturas, y que forja con ellas una voz literaria única, desafiante e inolvidable.
Ferazma es una obra monumental de la literatura contemporánea en hebreo. Galardonado con varios premios y a menudo considerado el mejor escritor sefardí de su generación, Benarroch construye en esta novela un laberinto narrativo que desafía las convenciones del género. La obra se sitúa en la tradición de la narrativa israelí, con ecos de la profundidad psicológica de A. B. Yehoshúa, la exploración social de Amos Oz y el absurdo cotidiano de Etgar Keret, pero con una voz única, transgresora y profundamente metaficcional.
Ferazma comienza en una librería. Un cliente anónimo hojea libros, decepcionado con la literatura traducida e israelí, hasta que da con un volumen de un autor llamado Moshe Ben Harosh. Al leer las primeras páginas, descubre que el texto narra sus propios movimientos en la tienda. Este juego de espejos, donde el lector dentro del libro es también su personaje, establece inmediatamente el tono autorreferencial que dominará toda la obra. El cliente se divide entonces en dos personajes: Yehoshúa, un intelectual depresivo, y Melissa, una estudiante de literatura que emigró de Inglaterra.
El autor elige seguir a Melissa, iniciando una serie de eventos surrealistas. Al confrontarla, es invitado a su apartamento, donde una conversación trivial sobre un libro deriva en una relación sexual descrita con un tiempo distorsionado (los besos duran "un año y medio", beben whisky durante "cuatrocientos años"). Esta escena establece el tratamiento no lineal y onírico del tiempo, un recurso constante en la novela. La aparición del "Hombre Pequeño que Come Pipas" (HPP) marca un punto de inflexión en la metaficción.
Este personaje, una voz intrusiva y crítica, interrumpe la narración para revelar que "todo lo escrito hasta ahora es mentira". El HPP se revela como una conciencia externa que cuestiona la capacidad creativa del autor, lo acusa de enredar la historia y advierte al lector que deje de leer para "salvarse de una muerte segura". Este personaje se convierte en el antagonista del propio autor dentro de la trama, chantajeándolo para incluir ocho palabras suyas en cada página, y evoluciona hasta convertirse en el "Hombre Pequeño que Escribe Palabras", usurpando literalmente la autoría. La novela es una sátira feroz del mundillo literario, la figura del escritor y las pretensiones artísticas.
A través de diálogos incisivos y situaciones absurdas, Benarroch se burla del surrealismo vacío, la psiquiatrización de la literatura y la búsqueda obsesiva de la originalidad. Un diálogo memorable con María se convierte en un monólogo donde ella acusa al narrador de ser un "romántico perdido" que "ni siquiera es capaz de controlar a sus personajes" y que "vive como un rey a costa de la gente trabajadora". El humor surge del contraste entre lo trivial y lo profundo, y de la exageración absurda.
Escenas como la de un restaurante en Barcelona donde los comensales devoran "una vaca cada uno" y beben "ocho botellas de whisky", o la de un hijo, Idilino, que envejece décadas en cuestión de años, son a la vez cómicas y perturbadoras. Los diálogos son la columna vertebral de la obra: rápidos, filosóficos y cargados de ironía, exploran temas como el tiempo, la voluntad, la existencia y la imposibilidad de la comunicación humana.
Es la obra de un escritor nacido en Marruecos que lleva consigo el eco de varias lenguas y culturas, y que forja con ellas una voz literaria única, desafiante e inolvidable.