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Manuela Penarrocha tiene trece anos. Sentada en una sillita baja de enea en el portal de su casa, cose Ias alpargatas como nadie. La nina de ojos grises y cabellos de oro recuerda a su padre. El, como el resto de carlistas, hombre de alpargata, garrote, trabuco y faca en los pliegues de la faja, ha calzado unas como estas para hacer la guerra. Quiere abrazarlo, sentir el calor de su beso en la frente.
Anora su mirada dura y a la vez llena de ternura, su risa honda. Solo espera que vuelva para verlo luchar de nuevo por sus ideales, para devolver a su familia y al pueblo la dignidad perdida, a vida o muerte.