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Mi madrina vivía en una hermosa casa en el antiguo y cuidado pueblo de Bretton. La familia de su marido residía allí desde hacía generaciones y llevaba, de hecho, el nombre de su lugar natal : los Bretton de Bretton ; desconozco si por coincidencia o porque algún remoto antepasado había sido un personaje lo bastante destacado para legar el apellido a su comunidad. Cuando era pequena, iba a Bretton un par de veces al ano, y disfrutaba mucho con aquellas visitas.
La casa y sus moradores me agradaban especialmente. Las habitaciones amplias y tranquilas, los muebles bien conservados, los grandes ventanales, el balcón que daba a una vieja calle, muy bonita, donde siempre parecía ser domingo o día festivo, tan apacible era su atmósfera, tan limpio su pavimento ; todas esas cosas me encantaban. Una nina en una casa llena de adultos suele ser objeto de mimos y atenciones, y yo los recibía, de una manera reposada, de la senora Bretton, que se había quedado viuda antes de que yo la conociera y tenía un hijo ; su marido, médico, había muerto cuando era todavía una mujer joven y hermosa.