Gaston Leroux naît en 1868. Après des études de droit, il travaille comme avocat puis comme chroniqueur judiciaire avant de devenir grand reporter. Parallèlement, il écrit de nombreux romans policiers teintés de fantastique, tous devenus très populaires, tels Le Mystère de la chambre jaune et Le Parfum de la dame en noir.
Littérature d'Espagne du Siècle d'or à aujourd'hui
El Perfume de la Dama de Negro
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- Nombre de pages208
- PrésentationBroché
- Poids0.332 kg
- Dimensions17,0 cm × 22,0 cm × 1,2 cm
- ISBN979-10-419-3661-8
- EAN9791041936618
- Date de parution26/04/2023
- ÉditeurCulturea
Résumé
La boda de Robert Darzac y Mathilde Stangerson se celebró en Saint- Nicolas-du-Chardonnet, París, el 6 de abril de 1895, en la más estricta intimidad. Habían transcurrido, por tanto, algo más de dos anos desde los acontecimientos que relaté en la obra anterior, acontecimientos tan sensacionales, que no es aventurado afirmar que tan breve período de tiempo no había podido borrar de la memoria el famoso "misterio del cuarto amarillo" .
El caso seguía tan presente en todos los ánimos, que de no haber sido porque la boda se celebró con la mayor discreción -cosa por otra parte bastante fácil en aquella alejada parroquia del barrio de las escuelas-, la pequena iglesia habría sido invadida seguramente por una muchedumbre ávida de contemplar a los héroes de un drama que había apasionado a todo el mundo. Sólo fueron invitados algunos amigos del senor Darzac y del profesor Stangerson, con cuya discreción se podía contar.
Yo era uno de ellos. Llegué temprano a la iglesia y, naturalmente, lo primero que hice fue buscar a Joseph Rouletabille. Al principio, me sentí un poco decepcionado al no verle, pero estaba seguro de que vendría. Por hacer tiempo, me junté con los letrados Henri-Robert y André Hesse, que en la paz y recogimiento de la acogedora capilla de Saint-Charles, rememoraban en voz baja los incidentes más curiosos del proceso de Versalles, que la inminente boda les traía a la memoria.
Yo los escuchaba distraídamente, mientras observaba a mi alrededor.
El caso seguía tan presente en todos los ánimos, que de no haber sido porque la boda se celebró con la mayor discreción -cosa por otra parte bastante fácil en aquella alejada parroquia del barrio de las escuelas-, la pequena iglesia habría sido invadida seguramente por una muchedumbre ávida de contemplar a los héroes de un drama que había apasionado a todo el mundo. Sólo fueron invitados algunos amigos del senor Darzac y del profesor Stangerson, con cuya discreción se podía contar.
Yo era uno de ellos. Llegué temprano a la iglesia y, naturalmente, lo primero que hice fue buscar a Joseph Rouletabille. Al principio, me sentí un poco decepcionado al no verle, pero estaba seguro de que vendría. Por hacer tiempo, me junté con los letrados Henri-Robert y André Hesse, que en la paz y recogimiento de la acogedora capilla de Saint-Charles, rememoraban en voz baja los incidentes más curiosos del proceso de Versalles, que la inminente boda les traía a la memoria.
Yo los escuchaba distraídamente, mientras observaba a mi alrededor.
La boda de Robert Darzac y Mathilde Stangerson se celebró en Saint- Nicolas-du-Chardonnet, París, el 6 de abril de 1895, en la más estricta intimidad. Habían transcurrido, por tanto, algo más de dos anos desde los acontecimientos que relaté en la obra anterior, acontecimientos tan sensacionales, que no es aventurado afirmar que tan breve período de tiempo no había podido borrar de la memoria el famoso "misterio del cuarto amarillo" .
El caso seguía tan presente en todos los ánimos, que de no haber sido porque la boda se celebró con la mayor discreción -cosa por otra parte bastante fácil en aquella alejada parroquia del barrio de las escuelas-, la pequena iglesia habría sido invadida seguramente por una muchedumbre ávida de contemplar a los héroes de un drama que había apasionado a todo el mundo. Sólo fueron invitados algunos amigos del senor Darzac y del profesor Stangerson, con cuya discreción se podía contar.
Yo era uno de ellos. Llegué temprano a la iglesia y, naturalmente, lo primero que hice fue buscar a Joseph Rouletabille. Al principio, me sentí un poco decepcionado al no verle, pero estaba seguro de que vendría. Por hacer tiempo, me junté con los letrados Henri-Robert y André Hesse, que en la paz y recogimiento de la acogedora capilla de Saint-Charles, rememoraban en voz baja los incidentes más curiosos del proceso de Versalles, que la inminente boda les traía a la memoria.
Yo los escuchaba distraídamente, mientras observaba a mi alrededor.
El caso seguía tan presente en todos los ánimos, que de no haber sido porque la boda se celebró con la mayor discreción -cosa por otra parte bastante fácil en aquella alejada parroquia del barrio de las escuelas-, la pequena iglesia habría sido invadida seguramente por una muchedumbre ávida de contemplar a los héroes de un drama que había apasionado a todo el mundo. Sólo fueron invitados algunos amigos del senor Darzac y del profesor Stangerson, con cuya discreción se podía contar.
Yo era uno de ellos. Llegué temprano a la iglesia y, naturalmente, lo primero que hice fue buscar a Joseph Rouletabille. Al principio, me sentí un poco decepcionado al no verle, pero estaba seguro de que vendría. Por hacer tiempo, me junté con los letrados Henri-Robert y André Hesse, que en la paz y recogimiento de la acogedora capilla de Saint-Charles, rememoraban en voz baja los incidentes más curiosos del proceso de Versalles, que la inminente boda les traía a la memoria.
Yo los escuchaba distraídamente, mientras observaba a mi alrededor.