Un israelí en la meseta es un libro de relatos breves que gira en torno a un personaje torpe, lúcido y ligeramente desencajado: Ido, un veinteañero israelí que obtiene la nacionalidad española por vía sefardí y decide mudarse a España para empezar de nuevo (o al menos para no seguir donde estaba). Entre trámites, cafés mal pedidos, pisos compartidos imposibles y fiestas en las que no sabe si quedarse o huir, Ido observa -con paciencia y desconcierto- un país que le resulta tan encantador como incomprensible.
Cada cuento es un episodio cerrado, con humor, tristeza y autoironía en proporciones cambiantes. El resultado: una radiografía cómica y tierna del desarraigo cotidiano. En estas páginas hay caseros inquisitivos, excompañeras de piso francesas, rabinos progresistas, jamón servido con reverencia, noches en Lavapiés, manifestaciones donde nadie ha mirado un mapa, y conversaciones absurdamente sinceras en el taxi o en la cola de Correos.
Ido no se siente del todo español, pero tampoco del todo extranjero. Y quizá por eso mismo consigue mirar desde un ángulo que no juzga, pero tampoco perdona. Escribir, en su caso, no es un acto heroico: es un intento desesperado de entender algo. O al menos de dejarlo anotado por si algún día cobra sentido. Un israelí en la meseta es, en el fondo, un libro sobre pertenecer sin saber muy bien a dónde.
Un israelí en la meseta es un libro de relatos breves que gira en torno a un personaje torpe, lúcido y ligeramente desencajado: Ido, un veinteañero israelí que obtiene la nacionalidad española por vía sefardí y decide mudarse a España para empezar de nuevo (o al menos para no seguir donde estaba). Entre trámites, cafés mal pedidos, pisos compartidos imposibles y fiestas en las que no sabe si quedarse o huir, Ido observa -con paciencia y desconcierto- un país que le resulta tan encantador como incomprensible.
Cada cuento es un episodio cerrado, con humor, tristeza y autoironía en proporciones cambiantes. El resultado: una radiografía cómica y tierna del desarraigo cotidiano. En estas páginas hay caseros inquisitivos, excompañeras de piso francesas, rabinos progresistas, jamón servido con reverencia, noches en Lavapiés, manifestaciones donde nadie ha mirado un mapa, y conversaciones absurdamente sinceras en el taxi o en la cola de Correos.
Ido no se siente del todo español, pero tampoco del todo extranjero. Y quizá por eso mismo consigue mirar desde un ángulo que no juzga, pero tampoco perdona. Escribir, en su caso, no es un acto heroico: es un intento desesperado de entender algo. O al menos de dejarlo anotado por si algún día cobra sentido. Un israelí en la meseta es, en el fondo, un libro sobre pertenecer sin saber muy bien a dónde.