En cada rincón de nuestra tierra, desde los áridos llanos venezolanos hasta los profundos bosques del sur de Chile, hay una sombra que nos susurra al oído. No es la sombra de un árbol o de una persona, sino la de una historia, un relato que ha pasado de boca en boca, de abuelos a nietos, transformándose con cada nuevo miedo que se le añade. Son leyendas urbanas, cuentos que a menudo se nos narraban al calor de la chimenea o bajo el manto de la noche para advertirnos, para asustarnos, para recordarnos que el mundo no es tan seguro como parece.
En cada rincón de nuestra tierra, desde los áridos llanos venezolanos hasta los profundos bosques del sur de Chile, hay una sombra que nos susurra al oído. No es la sombra de un árbol o de una persona, sino la de una historia, un relato que ha pasado de boca en boca, de abuelos a nietos, transformándose con cada nuevo miedo que se le añade. Son leyendas urbanas, cuentos que a menudo se nos narraban al calor de la chimenea o bajo el manto de la noche para advertirnos, para asustarnos, para recordarnos que el mundo no es tan seguro como parece.