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« Te atraviesa como una dosis de sales volátiles y te arde como yodo. »Con estas palabras la revista Kirkus Reviews describió a El hombre peligroso, cuando éste hizo su aparición en inglés, hace casi cincuenta años, bajo el título de Such Men Are Dangerous, y desde entonces esta novela no ha perdido un solo paso: sigue manteniendo al lector sentado en el borde de la silla. Disponible por primera vez en castellano, El hombre peligroso es la historia de Paul Kavanagh un ex-miembro de las Fuerzas Especiales del Ejército de los Estados Unidos que se retira a una islita del tamaño de una moneda de diez céntimos, en los Cayos de Florida, para sobrellevar lo que ahora llamamos desorden de estrés postraumático.
Allí se impone una vida simple en extremo, siendo su único contacto humano su visita semanal al tendejón en una isla cercana. Entonces llega George Dattner, y trae un plan. Como agente de la CIA, conoce información secreta acerca de un envío de armamentos que se ha planeado desde una base militar en Dakota del Sur. Son artefactos realmente espantosos: granadas atómicas, gases letales, dispositivos tácticos capaces de voltear de cabeza cualquier insurgencia o conflicto de fronteras.
Él ya hizo arreglos con un comprador. Sólo le hace falta un compinche, porque según sus planes el secuestro del envío requiere de dos hombres eficaces. Kavanagh acepta el trabajo. El plan es brillante, como también la manera de ejecutarlo, pero no se hacen esperar las sorpresas en el camino. Y la mayor sorpresa de todas es la del desenlace estremecedor que te caerá encima con el mismo impacto con que les cayó a los primeros lectores, hace medio siglo.
